León Tolstói consagró los últimos años de su vida a propugnar y vivir un cristianismo primitivo, tal como se practicó, decía, en los primeros siglos de la iglesia. En sus esfuerzos en hacer realidad sus creencias, el rico y famoso escritor renunció a la caza, su afición favorita, por no matar ningún animal; cedió el fruto de sus escritos a su familia o a fines benéficos; laboraba el campo, vestía camisa vulgar de campesino ruso y clavaba la suela de los zapatos con sus propias manos. Pero fue vencido por la resistencia del mundo real contra sus ideas. Y esta oposición procedía (para su mayor tragedia) precisamente de los seres más cercanos a él, de su propia familia, más que de otras personas. Su esposa se distanció de él, sus hijos no comprendieron por qué razón debían ser educados como hijos de campesinos, y sus secretarios y traductores se disputaban a golpes la “propiedad” de los escritos del preeminente poeta. Nadie en el seno de su familia consideraba cristiana su inusitada co…
