Que se muera un poeta es una pérdida casi sideral, que se ausenten sus sonidos, el ceñidor de sus auroras, la palabra telúrica que trepa los balcones y los tejados en nocturnas serenatas de amor; que se muera un poeta es un cataclismo, se horada el cielo y la mirada, la lluvia gris del invierno, el pálpito de una baja sensible que dificulta el acopio del amor, ese tejido dulce que es señuelo del corazón, ápice de los besos y la ternura; que se muera un poeta es una noticia imposible de saldar, queda su imagen auditiva blanda y querida, quedan sus pasos, su estela rumorosa de metáforas y conciertos; que se muera un poeta es crear un vacío como la rosa del poeta que no lo llena nadie, un imposible trajinar de llanto y pesadumbre. Jacques Viau Renaud, un joven poeta haitiano, se había integrado a la sociedad dominicana desde muchos años atrás, cuando su padre Alfred Viau, perdió las elecciones presidenciales de Haití frente a Francois Duvalier, el tétrico dictador que oprimió a su pu…