Era una niñita especial. Un ángel como se le dice a uno de esos seres humanos que llegan a la vida con ojitos oblicuos que parecen sonreír a todos y convierten la tristeza inicial de los padres en bendiciones duraderas.Ana Lisbeth, mi bisnieta, nació frágil. Concentró a su alrededor tanta atención, tantas preocupaciones, tanto miedo a perderla, que su irreductible condición angélica se tensó para trocar las ansiedades que le circundaban en calma, sosiego, hasta en alegría. Logró más que eso. Su presencia germinó en su joven madre una madurez exquisita, que dio dulces dones de paciencia, serenidad y ternura, que cubrieron a Ana Lisbeth y empaparon a toda la familia. El papá, por igual, después de la primera crispación de dolor, allá en la clínica, se arrebató de amor por la niñita. Al quererla tanto, cuando la tenía entre sus brazos se sentía bendecido, y daba gracias a Dios por el milagro. Sí. Un milagro que duró hasta anteayer jueves, mientras estuvo viva.Porque la niña-ángel, junt…