Cuando Serapio Joffre decidió aceptar un puesto en el tren administrativo, comentó alguien sobre este futuro influyente hombre público, que de todas las bondades que le adornaban, la que más admiraba era que no tenía enemigos. Un curioso que pasaba por allí, al escucharlo, dijo para sí -ese señor probablemente no tiene enemigos ya por estar bien con todo el mundo o no adopta posición cuando se presentan situaciones conflictivas-. El curioso no pudo contenerse, expresando a voz en cuello ñYo no creo en gente que no tenga enemigos, esperemos, a ver si no se aplica aquella sentencia de Terencio de que la condescendencia crea amigos, y la verdad odios. No bien habían pasado cuatro meses de aquel nombramiento tan celebrado, cuando ya el funcionario escogido tenía un rosario de enemigos que le adversaban y que querían “serrucharle el palo”, digo, el puesto. Santiago Ramón y Cajal, conocido tanto por su aporte a las ciencias médicas como por su talento literario se preguntaba ¿no tienes …