Con la cabeza hecha un lío me dispuse a unirme al marullo político que se levantaba como un golpe de estado revolucionario. Me reuní con los integrantes de mi comando militar del 1j4 y se nos entregó una granada fragmentaria de las llamadas piñita y un revólver calibre 38. Las instrucciones fueron que lanzáramos el artefacto a una guagua de los policías cascos blancos. En ese momento no estaban definidas las alianzas militares y además había mucho odio contra policías antimotines que tuvieron su etapa más represiva bajo el comando de Francisco Alberto Caamaño. El hijo de un general trujillista.Mientras por la ciudad había una mezcla de júbilo y estupefacción, los cascos blancos, en sus guaguas tubulares sin ventanas, pintadas de gris policía, circulaban por la parte baja y terminaban en la Fortaleza Ozama que era su base y también prisión desde tiempos inmemoriales. Fuimos al acecho de uno de estos vehículos en las esquinas de Padre Billini con Isabel La Católica, a una esquina …