Un día vendrá en romería, con altiva presencia de sueños y algarrobos, trenzas carmesí de flamboyanes y auroras. Un día vendrá. Los pueblos buscarán la heredad, el antiquísimo sentido de la plenitud y el renacimiento, las honduras del alma, el amor inacabable de la divinidad que nos crea. Todos hablaremos en versos, bajo la puntilla de unos endecasílabos o el bordado de luz de un soneto. Todos los días serán días del poeta, y entonces, Pastor de Moya, junto a los otros poetas irá de nuevo a la tumba de Tomás Hernández Franco, en Tamboril, a entonar sus ritos y ofrendas, a derramar el polvillo de oro de la melena de Erick, “el muchacho noruego que tenía alma de fiord y corazón de niebla”, frente a la aparición de Yelidá, que vino al mundo “en un vagido de gato tierno”, esa creación del mulataje que no cesa de fluir, que “empezó a crecer con lentitud de espiga/ negra un día sí y un día no/ blanca los otros/nombre de vudú y apellido de Kaes/lengua de zetas/corazón de ice-berg/ vientr…