Me llegan los recuerdos y apenas sé qué hacer con ellos. ¡Son tantos! Pertenecen a una especie de escala, porque emergen de modo ordenado, unos tras otros, como conformando partituras “musicadas” por el sueño que el pasado coloca como lienzo sobre lo que se supone ya ido. Pero no es así. La importancia de los recuerdos es dictada por los recuerdos mismos. Me refiero a su llegada, porque al fin y al cabo recordar no tiene un ordenamiento lógico. ¿Quién puede llamar lógico a un recuerdo nacido de la mancha de un perro habitante de la infancia y llamado Otelo? La imagen surge del olor a vinagre, el vinagre aquel fabricado por Panchito Veloz convirtiendo el azúcar de la miel en agrio personaje transparente. El recuerdo acre no viene solo, viene acompañado de un entorno donde mi perro ladra y hace sus ejercicios.Camino entre toneles producto de los desechos de Barceló y Compañía en los momentos en que aquella firma licorera cambiaba su “infraestructura” y mi padre pensaba en grande, des…